CRÓNICA SOBRE JAVI KRITTER: UN PERSONAJE EN EL
CALL CONTACT CENTER DE ARVATO
Entrar al call contact center de Arvato es casi
como sentirse parte de la escena famosa de la película Tiempos modernos (Modern
Times) (1936), el largometraje del reconocido actor inglés Sir Charles Chaplin,
la famosa escena con la representación de los borregos entrando a trabajar a la
fábrica, símbolo del capitalismo puro y totalitario; todos caminando hacia la
fábrica o empresa a trabajar como borregos durante la nueva jornada laboral.
Después de tantos meses, la monotonía del trabajo duro lo va transformando a
uno en un pequeño insecto, similar al relato de la metamorfosis de Kafka.
Sin el carnet no lo podamos dejar entrar, es el
reglamento. Si quiere entrar a zona franca, devuélvase y traiga el carnet.
Tiene que presentar el carnet así sea el mismo presidente de Colombia. Entrar a
zona franca sin el carnet es casi como misión imposible 5. –Ya le dije, el
reglamento es para todos- dice un guardia de Zona Franca Santander, (ubicada en
el anillo vial de Bucaramanga), a uno de los compañeros de trabajo sin pensar
que eran casi las 2:00 de la madrugada y era el primer día de formación, ya que
la empresa había iniciado operaciones en diciembre del 2012 con la nueva
plataforma.
Trabajar para Arvato es mentalizarse con la más
pura disciplina militar, el primer día de formación estuve lista desde la 1:00
am para que me recogiera la ruta, la cual, recoge a otros compañeros cada
madrugada de acuerdo a una lista previamente dada, eso sí, si no estás planillado,
grave el asunto. El horario es duro y, aún más, cuando uno empieza a acostumbrarse,
el cuerpo y la mente poco a poco van adaptándose pero nunca se acostumbran es
misión imposible 6. Irse a la cama temprano casi como una gallina es parte de
todas las vivencias que se tienen al trabajar en un centro de recepción de
llamadas.
Eran más de las doce de la madrugada cuando le pedí a mi mamá que me
empacará unos sandwiches que me había preparado. -Qué rico y con la ensaladita
de frutas aún más, le dije. Mi mamá es una gran chef y le gusta cocinar, de
esas que se sienten agredidas con la sola mención de la palabra cocina. Mi mamá
tiene tanto talento para la cocina como yo —que hasta se me quema una olla
haciendo crispetas— sentido poético. Bueno, me recordó, pilas esté pendiente de
la ruta para que no pite. Me guardo mis onces en mi mochila y se fue a dormir
plácidamente como toda le gente de bien a esa hora.
La madrugada estaba fría así que me puse mi
buzo de color fucsia. Mi mamá se volvió a levantar y me miró con sueño pero
burlona. Cuidado con esos españoles, Laura, me dijo cuando salía. Yo la miré
rayado. A ver si captaba que el chiste no me hacía la menor gracia.
Naturalmente el primer día de trabajo fue para mí como el primer día de
primípara en la UIS, todo era con expectativa así que no había tanto sueño –al
menos ese primer día no- ya luego sería otro cuento muy diferente, las horas de
sueño serían incompensables.
Al ingresar al edificio de arvato es como
entrar a la cárcel –literalmente- todo está vigilado y controlado por un
sistema cerrado de vigilancia (casi como el gran ojo que todo lo ve) como un
panóptico. Así me sentí cuando entré a mi primer día de formación, había 3
formadores, pero fue uno el que más me llamo la atención. Era todo un personaje,
un hombre joven, muy delgado, de pelo largo, con un piercing, de un color de
piel blanco, lleno de tatuajes, con una barba al estilo del personaje Maestro
Pai Mei en la película Kill Bill de Quentin Tarantino (2003), con un look de
metalero, a quien llamaban Javito.
Desde el primer momento le puse los ojos
encima. A cada rato me lo encontraba- tenía los ojos cafés oscuros- tenía una
mirada analítica con una mezcla de curiosidad. Entonces me dio aún más
curiosidad de platicar con él. Nunca intenté ponerle conversación ni platica
hasta que se dio el momento de romper el hielo a través de una compañera. Javi
parecía de esos metaleros que se hacen los viernes en la noche cerca al caballo
bolívar de la UIS y no un formador típico. Cuando empezamos a hablar vi que se
abrió muy rápidamente y me preguntó –sin pelos en la lengua- si se parecía a un
metalero de la UIS. Si, seguro, le dije yo, y sin más, le agarré su larga
barba.
Naturalmente tiempo después, Javi y yo
empezamos a hablar de música, de política, de los viajes. Me comentó sobre su
viaje a Tokio, Japón y de la cultura nipona, me dijo literalmente: “los
japoneses son la puta hostia en cuanto al orden”. A mí, por supuesto, me
pareció formidable. Al pasar de los días, Javi fue quien más me ayudo durante
mi proceso adaptativo y mejoró mi curva de aprendizaje. Cosa que nunca he de
olvidar. Él es un gran ser humano, extremadamente amable pero sobre todo
paciente. Una madrugada me dijo –con tono de voz burlesca- que pertenecía una
banda de metal, yo le contesté que me lo suponía.
Al pasar de los meses, Javi Kritter se
convirtió en un personaje diferente en arvato –al menos para mí- platicamos
mucho pero sobre todo aprendimos uno del otro. Un personaje lleno de matices
diversos, con una calidad humana inmensa. Lamentablemente debía regresar a
Europa, eso sí, no sin antes probar las pistas de baile en Colombia, Javi quedo
encantado con la música salsa y merengue, pero una cosa estaba obviamente clara
desde el principio que nunca iba a cambiar su metal por nada ni nadie, tocar
metal era una de sus grandes pasiones y cuando menos lo imaginaba Colombia
empezó a ser otra más de sus pasiones… desde el momento en que comenzó su
aventura como chicamocho.
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